Entonces,
uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo: Háblanos del Crimen y el
Castigo.
Y él
respondió, diciendo:
Es
cuando vuestro espíritu va vagando en el viento.
Que
vosotros, solos y sin guarda, cometéis una falta para con los demás y, por lo tanto,
para con vosotros mismos.
Y,
por tal falta cometida, debéis llamar a la puerta del bienaventurado y esperar
por un momento.
Como
el océano es vuestro dios personal.
No
conoce los caminos del topo ni busca los agujeros de la serpiente.
Pero
vuestro dios personal no habita sólo en vuestro ser; mucho en vosotros es aún
hombre, y mucho en vosotros no es hombre todavía, sino un pigmeo informe que
camina dormido en la niebla, en busca de su propio despertar.
Y
del hombre en vosotros quiero yo hablar ahora.
Porque
es él y no vuestro dios personal ni el pigmeo en la niebla el que conoce el
crimen y el castigo del crimen.
A
menudo os he oído hablar de aquel que comete una falta como si no fuera uno de
vosotros, sino un extraño y un intruso en vuestro mundo.
Pero
yo os digo que, así como el santo y el justo no pueden elevarse más allá de lo
más alto que existe en cada uno de vosotros, así el débil y el malvado no
pueden caer más bajo que lo más bajo que está también en vosotros.
Y,
así como una sola hoja no se vuelve amarilla sino con el silencioso
conocimiento del árbol todo.
Así,
el que falta no puede hacerlo sin la voluntad oculta de todos vosotros.
Como
una procesión marcháis juntos hacia vuestro dios personal.
Sois
el camino y sois los caminantes.
Y,
cuando uno de vosotros cae, cae para que los que le siguen no tropiecen en la
misma piedra.
¡Ay!
Y cae por los que le precedieron, por aquellos que, siendo de paso más rápido y
seguro, no removieron, sin embargo, la piedra del camino.
Y
esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:
El
asesinado no es irresponsable de su propia muerte. Y el robado no es libre de
culpa al ser robado.
El
justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el
de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí;
el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el
condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No
podéis separar el justo del injusto ni el bueno del malvado.
Porque
ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro
están tejidos juntos.
Y,
cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar
también el telar.
Si
alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced que pesen también
el corazón de su marido en la balanza y midan su alma con medidas.
Y
haced que aquél que azotaría al ofensor mire en el espíritu del ofendido.
Y,
si alguno de vosotros castigara en nombre de la justicia y descargara el hacha
en el árbol malo, haced que mire las raíces.
Y
encontrará, en verdad, las raíces de lo bueno y lo malo, lo fructífero y lo
estéril juntos y entrelazados en el silente corazón de la tierra.
Y,
vosotros, jueces, que debéis ser justos,
¿Qué
juicio pronunciaríais sobre aquél que, aunque honesto en la carne, fuera un
ladrón en espíritu?
¿Qué
pena impondríais al que destruye la carne y es, él mismo destruido en el
espíritu?
Y
¿cómo juzgaríais a aquel que es, en acción, un opresor y un falso
Pero
que es, sin embargo, también agraviado y ultrajado?
¿Y
cómo castigaríais a aquéllos cuyo remordimiento es ya mayor que su falta?
¿No
es el remordimiento, la justicia administrada por la ley misma que desearíais
servir?
Sin
embargo, no podréis cargar al inocente de remordimiento, ni librar de él el
corazón del culpable.
Vendrá
el remordimiento espontáneamente en la noche para que los hombres se despierten
y se contemplen a ellos mismos.
Y
vosotros, que pretendéis entender de justicia, ¿cómo podréis hacerlo si no
miráis todos los hechos en la plenitud de la luz?
Sólo
así sabréis que el erecto y el caído no son sino un solo hombre, de pie en el
crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su dios personal.
Y
que la coronación del templo no es más alta que la piedra más baja de sus
cimientos.