Y el primer día de la
semana, cuando llegaban a sus oídos los sonidos de las campanas del templo, uno
de sus discípulos habló y dijo:
Maestro, por aquí
oímos mucho hablar de Dios. ¿Qué nos dices de Dios y quien es El, en realidad?
Y el profeta se puso
en pie frente a ellos como un árbol joven, sin miedo a los vientos y a la
tempestad, y contestó:
Pensad ahora,
compañeros míos y amados amigos míos, en un corazón que contiene a todos
vuestros corazones; en un amor que abarca todos vuestros amores; en un espíritu
que envuelve a todos vuestros espíritus; en una voz que cubre a todas vuestras
voces, y en un silencio más profundo que todos vuestros silencios, e
intemporal.
Tratad ahora de
percibir en lo más profundo de vuestro yo una belleza más encantadora que todas
las cosas bellas; un canto más vasto que los cantos del mar y del bosque; una
majestad sentada en un trono junto al cual Orión no es sino una tarima, y que
ase un cetro en el que las Pléyades no son sino el resplandor de unas gotas de
rocío.
Lo único que habéis
buscado siempre es sólo alimento y techo, un vestido y un báculo; buscad ahora
a Aquel que no es ni un objetivo para vuestras flechas ni una cueva de piedra
para protegeros de los elementos.
Y aun si mis palabras
son una roca y un enigma, buscad para que vuestros corazones se abran, y para
que vuestras preguntas puedan llevaros al amor y a la sabiduría del Altísimo,
aquel a quien los hombres llaman Dios.
Y los discípulos
permanecieron silenciosos y había perplejidad en sus corazones; y Almustafá
sintió compasión de ellos, y los miró con ternura, y dijo:
Ahora, no hablemos ya
de Dios Padre. Hablemos, mejor, dé los dioses, es decir, de vuestros vecinos y
de vuestros hermanos, de los elementos que se agitan alrededor de vuestras
casas y en vuestros campos.
Os gustaría elevaros
hasta las nubes y las consideraríais altas; y os gustaría pasar sobre el vasto
mar, y a esto le llamaríais distancia. Pero yo os digo que, cuando sembráis una
semilla en la tierra, alcanzáis una altura mayor; y que cuando elogiáis la
belleza de la mañana y saludáis a vuestro vecino, cruzáis un mar mayor.
A menudo cantáis a
Dios, el Infinito, y sin embargo, en realidad no oís la canción. Quisiera yo
que escucharais a las aves canoras, y a las hojas que abandonan la rama al
pasar el viento, y no olvidéis, amigos míos, que estas hojas sólo cantan cuando
están separadas de la rama.
Nuevamente os conjuro
a que no habléis tanto de Dios, que es vuestro Todo, sino que tratéis de hablar
de vosotros, y de comprenderos unos a otros, vecinos a vecinos, de dios a dios.
Porque, ¿quién dará
alimento a los polluelos que están en el nido , si el ave madre vuela por los
cielos?.¿ Y qué anémona de los campos será fecundada, amenos que se una a ella
una abeja procedente de otra anémona?
Es sólo cuando estáis
perdidos en vuestro pequeño yo cuando buscáis el cielo al que llamáis Dios.
Quisiera yo quo encontrarais caminos hacia vuestros egos más vastos; que
fueseis menos perezosos y pavimentarais los caminos... Marineros míos y amigos
míos, sería más sensato hablar menos de Dios, al que no podemos comprender, y
que habláramos más de unos y otros, de nosotros mismos, a 'los que acaso
podamos comprender. Sin embargo, por ahora quisiera que comprendierais que
somos el aliento y la fragancia de Dios. Somos Dios, en la hoja, en la flor, y,
a veces, en el fruto.