miércoles, 7 de noviembre de 2012

LA ORACIÓN - KHALIL GIBRAN




Entonces, una sacerdotisa dijo: Háblanos de la Oración.  

Y él respondió:

Oráis en vuestra pena y en vuestra necesidad; deberíais también hacerlo en la plenitud de vuestra alegría y en vuestros días de abundancia.

Porque ¿qué es la oración sino el expandirse de vuestro ser en el éter viviente?

Y si es para vuestra paz que volcáis vuestra oscuridad en el espacio, es también para vuestro deleite el derramar el amanecer de vuestro corazón.

Y, si no podéis sino llorar cuando vuestra alma os llama a la oración, ella os enjugará una vez y otra aún llorando hasta que encontréis la risa.

Cuando oráis, os eleváis para hallar en lo alto a los que en ese mismo momento están orando y a quienes no encontraríais sino en la oración.

Por lo tanto, que vuestra visita a ese invisible templo no sea más que éxtasis y dulce comunión.

Porque, si entrarais al templo solamente a pedir, no recibiréis: y si entrarais aun a pedir por el bien de los otros, no seréis oídos.

Es suficiente que entréis en el templo invisible.

No puedo enseñaros cómo orar con palabras.

Dios no oye vuestras palabras sino cuando El Mismo las pronuncia a través de vuestros labios.

Y yo no puedo enseñaros la oración de los mares y los bosques y las montañas.

Pero vosotros, nacidos de las montañas, los bosques y los mares, podéis hallar su plegaria en vuestro corazón.

Y si solamente escucháis en la quietud de la noche, les oiréis diciendo, en silencio:

"Nuestro Señor, que eres nuestro ser alado, es Tu voluntad la que quiere en nosotros.

Es Tu deseo, en nosotros, el que desea.

Es Tu impulso el que, en nosotros, cambia nuestras noches, que son Tuyas, en días, que son Tuyos también.

No podemos pedirte nada porque Tú conoces nuestras necesidades antes de que nazcan en nuestro ser:

Tú eres nuestra necesidad y dándonos más de Ti, nos lo das todo."

DIOS, KHALIL GIBRAN





Y el primer día de la semana, cuando llegaban a sus oídos los sonidos de las campanas del templo, uno de sus discípulos habló y  dijo:

Maestro, por aquí oímos mucho hablar de Dios. ¿Qué nos dices de Dios y quien es El, en realidad?

Y el profeta se puso en pie frente a ellos como un árbol joven, sin miedo a los vientos y a la tempestad, y contestó:

Pensad ahora, compañeros míos y amados amigos míos, en un corazón que contiene a todos vuestros corazones; en un amor que abarca todos vuestros amores; en un espíritu que envuelve a todos vuestros espíritus; en una voz que cubre a todas vuestras voces, y en un silencio más profundo que todos vuestros silencios, e intemporal.

Tratad ahora de percibir en lo más profundo de vuestro yo una belleza más encantadora que todas las cosas bellas; un canto más vasto que los cantos del mar y del bosque; una majestad sentada en un trono junto al cual Orión no es sino una tarima, y que ase un cetro en el que las Pléyades no son sino el resplandor de unas gotas de rocío.

Lo único que habéis buscado siempre es sólo alimento y techo, un vestido y un báculo; buscad ahora a Aquel que no es ni un objetivo para vuestras flechas ni una cueva de piedra para protegeros de los elementos.

Y aun si mis palabras son una roca y un enigma, buscad para que vuestros corazones se abran, y para que vuestras preguntas puedan llevaros al amor y a la sabiduría del Altísimo, aquel a quien los hombres llaman Dios.

Y los discípulos permanecieron silenciosos y había perplejidad en sus corazones; y Almustafá sintió compasión de ellos, y los miró con ternura, y dijo:

Ahora, no hablemos ya de Dios Padre. Hablemos, mejor, dé los dioses, es decir, de vuestros vecinos y de vuestros hermanos, de los elementos que se agitan alrededor de vuestras casas y en vuestros campos.

Os gustaría elevaros hasta las nubes y las consideraríais altas; y os gustaría pasar sobre el vasto mar, y a esto le llamaríais distancia. Pero yo os digo que, cuando sembráis una semilla en la tierra, alcanzáis una altura mayor; y que cuando elogiáis la belleza de la mañana y saludáis a vuestro vecino, cruzáis un mar mayor.

A menudo cantáis a Dios, el Infinito, y sin embargo, en realidad no oís la canción. Quisiera yo que escucharais a las aves canoras, y a las hojas que abandonan la rama al pasar el viento, y no olvidéis, amigos míos, que estas hojas sólo cantan cuando están separadas de la rama.

Nuevamente os conjuro a que no habléis tanto de Dios, que es vuestro Todo, sino que tratéis de hablar de vosotros, y de comprenderos unos a otros, vecinos a vecinos, de dios a dios.

Porque, ¿quién dará alimento a los polluelos que están en el nido , si el ave madre vuela por los cielos?.¿ Y qué anémona de los campos será fecundada, amenos que se una a ella una abeja procedente de otra anémona?

Es sólo cuando estáis perdidos en vuestro pequeño yo cuando buscáis el cielo al que llamáis Dios. Quisiera yo quo encontrarais caminos hacia vuestros egos más vastos; que fueseis menos perezosos y pavimentarais los caminos... Marineros míos y amigos míos, sería más sensato hablar menos de Dios, al que no podemos comprender, y que habláramos más de unos y otros, de nosotros mismos, a 'los que acaso podamos comprender. Sin embargo, por ahora quisiera que comprendierais que somos el aliento y la fragancia de Dios. Somos Dios, en la hoja, en la flor, y, a veces, en el fruto.