Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión.
Y él
respondió, diciendo:
Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón
y vuestro juicio combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito.
Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia
y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y melodía. Pero, ¿cómo lo haré a
menos que vosotros mismos seáis también los pacificadores, no, los amigos, de
todos vuestros elementos?
Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma
viajera.
Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que
agitaros e ir a la
deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando
sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema
hasta su propia destrucción.
Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante.
Y dirigid
vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir
a través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus
propias cenizas.
Desearía
que consideraseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como dos queridos
huéspedes.
No
honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más atento
con uno de ellos pierde el amor y la fe de ambos.
Entre las
colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos, compartiendo la
paz y la serenidad de los campos y praderas distantes, dejad que vuestro
corazón diga en silencio: "Dios descansa en la razón."
Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los truenos y relámpagos proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión."
Y, ya que sois
un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, deberíais
descansar en la razón y moveros en la pasión.