domingo, 21 de octubre de 2012

El Crimen y el Castigo, KAHLIL GIBRÁN EL PROFETA


Entonces, uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo: Háblanos del Crimen y el Castigo.
Y él respondió, diciendo:
Es cuando vuestro espíritu va vagando en el viento.
Que vosotros, solos y sin guarda, cometéis una falta para con los demás y, por lo tanto, para con vosotros mismos.
Y, por tal falta cometida, debéis llamar a la puerta del bienaventurado y esperar por un momento.
Como el océano es vuestro dios personal.
No conoce los caminos del topo ni busca los agujeros de la serpiente.
Pero vuestro dios personal no habita sólo en vuestro ser; mucho en vosotros es aún hombre, y mucho en vosotros no es hombre todavía, sino un pigmeo informe que camina dormido en la niebla, en busca de su propio despertar.
Y del hombre en vosotros quiero yo hablar ahora.
Porque es él y no vuestro dios personal ni el pigmeo en la niebla el que conoce el crimen y el castigo del crimen.
A menudo os he oído hablar de aquel que comete una falta como si no fuera uno de vosotros, sino un extraño y un intruso en vuestro mundo.
Pero yo os digo que, así como el santo y el justo no pueden elevarse más allá de lo más alto que existe en cada uno de vosotros, así el débil y el malvado no pueden caer más bajo que lo más bajo que está también en vosotros.
Y, así como una sola hoja no se vuelve amarilla sino con el silencioso conocimiento del árbol todo.
Así, el que falta no puede hacerlo sin la voluntad oculta de todos vosotros.
Como una procesión marcháis juntos hacia vuestro dios personal.
Sois el camino y sois los caminantes.
Y, cuando uno de vosotros cae, cae para que los que le siguen no tropiecen en la misma piedra.
¡Ay! Y cae por los que le precedieron, por aquellos que, siendo de paso más rápido y seguro, no removieron, sin embargo, la piedra del camino.
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:

El asesinado no es irresponsable de su propia muerte. Y el robado no es libre de culpa al ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe examinar toda la tela y examinar también el telar.
Si alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced que pesen también el corazón de su marido en la balanza y midan su alma con medidas.
Y haced que aquél que azotaría al ofensor mire en el espíritu del ofendido.
Y, si alguno de vosotros castigara en nombre de la justicia y descargara el hacha en el árbol malo, haced que mire las raíces.
Y encontrará, en verdad, las raíces de lo bueno y lo malo, lo fructífero y lo estéril juntos y entrelazados en el silente corazón de la tierra.
Y, vosotros, jueces, que debéis ser justos,
¿Qué juicio pronunciaríais sobre aquél que, aunque honesto en la carne, fuera un ladrón en espíritu?
¿Qué pena impondríais al que destruye la carne y es, él mismo destruido en el espíritu?
Y ¿cómo juzgaríais a aquel que es, en acción, un opresor y un falso
Pero que es, sin embargo, también agraviado y ultrajado?
¿Y cómo castigaríais a aquéllos cuyo remordimiento es ya mayor que su falta?
¿No es el remordimiento, la justicia administrada por la ley misma que desearíais servir?
Sin embargo, no podréis cargar al inocente de remordimiento, ni librar de él el corazón del culpable.
Vendrá el remordimiento espontáneamente en la noche para que los hombres se despierten y se contemplen a ellos mismos.
Y vosotros, que pretendéis entender de justicia, ¿cómo podréis hacerlo si no miráis todos los hechos en la plenitud de la luz?
Sólo así sabréis que el erecto y el caído no son sino un solo hombre, de pie en el crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su dios personal.
Y que la coronación del templo no es más alta que la piedra más baja de sus cimientos.

La Razón y la Pasión - KAHLIL GIBRÁN EL PROFETA


Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión.
Y él respondió, diciendo:
Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón y vuestro juicio combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito.
Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y melodía. Pero, ¿cómo lo haré a menos que vosotros mismos seáis también los pacificadores, no, los amigos, de todos vuestros elementos?
Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma viajera.
Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agitaros ir a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema hasta su propia destrucción.
Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante.
Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir a través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus propias cenizas.
Desearía que consideraseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como dos queridos huéspedes.
No honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más atento con uno de ellos pierde el amor y la fe de ambos.
Entre las colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos, compartiendo la paz y la serenidad de los campos y praderas distantes, dejad que vuestro corazón diga en silencio: "Dios descansa en la razón."

Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los truenos y relámpagos proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión."
Y, ya que sois un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, deberíais descansar en la razón y moveros en la pasión.


El Amor, Kahlil Gibran - El Profeta



Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal cómo el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscareis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: "Dios está en mi corazón", sino más bien: "Yo estoy en el corazón de Dios."
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.

Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.

Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.
Saber del dolor de la demasiada ternura.


EL QUE ESCUCHA - Kahlil Gibran, La Voz del Maestro



Oh viento, tú que pasas junto a nosotros, unas veces cantando suave y dulcemente, otras sollozando y lamentándote: te oímos, pero no podemos verte. Sentimos tu aliento, pero no podemos vislumbrar tu forma.
Eres como un océano de amor que engolfa nuestros espíritus, pero no los ahoga.
Tú subes con las montañas y bajas con los valles, esparciéndote por las campiñas y praderas. Hay fuerza en tu subida y delicadeza en tu bajada, y gracia en tu dispersión.
Eres como un rey magnánimo, benigno para los oprimidos, pero severo para los arrogantes y los fuertes.
En Otoño gimes a través de los valles y los árboles se hacen eco de tus quejumbres. En Invierno quiebras nuestras cadenas y toda la naturaleza se rebela contigo.
En Primavera te sacudes la modorra invernal, débil todavía y sin fuerzas, y en tu leve rebullir comienzan a despertar los campos.
En Verano te escondes tras el velo del Silencio, como si te hubieras muerto, agobiado por los rayos del Sol y los dardos de la canícula.
¿Te lamentabas por ventura en los últimos días de Otoño, o te reías ante el rubor de los árboles desnudos?
¿Te encolerizabas en Invierno, o era que bailabas en torno a la tumba de la Noche inmensamente cubierta de nieve?
¿Languidecías acaso en Primavera, o expresabas tu duelo por la pérdida de tu amada, la juventud de todas las Estaciones?
¿Estabas por desgracia muerto en los días de invierno, o sólo dormías en el corazón de los frutos, en los ojos de las viñas o en los oídos del trigo que se trillaba en las eras?
Te levantas de las calles de las ciudades, portando los gérmenes de las plagas; y desde los huertos propagas el aliento fragante de las flores. Así la gran Alma conforma la tristeza de la vida y se incorpora en silencio a sus alegrías.
En los oídos de la rosa susurras un secreto cuyo significado ella capta; frecuentemente está entristecida, pero luego se alboroza y regocija. Lo mismo hace Dios con el alma del Hombre.
Ya te detienes morosamente. Ya te apresuras de aquí para allá, moviéndote sin cesar. Lo mismo es la mente del Hombre, que vive cuando está en actividad y muere cuando se deja llevar por la pereza.
Escribes tus canciones sobre la superficie de las aguas; y después las borras. Otro tanto hace el poeta cuando está creando.
Del Sur llegas cálido como el Amor; y del Norte, frío como la Muerte. De Oriente, como el toque del Alma; y del Poniente con la violencia de la ira y de la Furia. ¿Eres tan cambiante como la Edad, o eres el correo de nuevas noticias desde los cuatro puntos de la tierra?
Te encrespas sobre el desierto, aplastas con tu pie a las caravanas inocentes, sepultándolas bajo montañas de arena. ¿Eres por ventura la misma brisa suave y juguetona que tiembla al amanecer entre las hojas y las ramas, y se diluye como un sueño a lo largo de los sinuosos valles, donde las flores se inclinan para saludarte, y los tallos de la hierba se encorvan con los párpados pesados, cuando se intoxican con tu aliento?
Surges de los océanos y sacudes sus profundidades silenciosas con tu cabellera, y devoras en tu cólera las naves y sus tripulaciones. ¿Eres acaso la misma aura sutil que acaricia los bucles de los niños cuando andan jugando por su casa?
¿Adónde transportas nuestros corazones, nuestros suspiros, nuestros alientos, nuestras sonrisas? ¿Qué haces con las llameantes antorchas de nuestras almas?
¿Las llevas más allá del horizonte de la Vida? ¿Las arrastras como víctimas propiciatorias a cavernas distantes y horribles, para destrozarlas?
En la noche tranquila y sosegada, los corazones te revelan sus secretos. Y al llegar la alborada, los ojos se abren a tu gentil caricia. ¿Reparas en lo que ha sentido el corazón o visto los ojos?
Entre tus alas deposita el triste el eco de sus melancólicas canciones, el huérfano los fragmentos de su despedazado corazón, y el oprimido sus gemidos dolorosos.
Entre los pliegues de tu planto pone el peregrino sus anhelos y su nostalgia, el abandonado su amargura, y la mujer caída su desesperación.
¿Guardas todo esto que te entrega el humilde en tu seguro seno? ¿O eres como la Madre Tierra que sepulta cuanto produce?
¿Escuchas estas quejumbres y lamentos? ¿Te haces eco por ventura de estos gemidos y del lloro de estos seres angustiados? ¿O eres como los soberbios y los poderosos, que no ven la mano que se extiende hacia ellos ni escuchan los gritos de los pobres?
¡Oh Vida! ¿De todo lo que escuchas qué oyes?


DE LA VIDA - LA VOZ DEL MAESTRO, Kahlil Gibran


La Vida es una isla en un océano de soledad, una isla cuyos macizos de rocas son esperanza, cuyos árboles son sueño, cuyas flores son soledad y cuyos arroyuelos son sed.
Vuestra vida, hombres compañeros míos, es una isla separada de todas las demás islas y regiones. Por muchas que sean las naves qué zarpan de vuestras costas rumbo a otros climas, por muchas que sean las embarcaciones que tocan vuestras playas, seguís siendo una isla solitaria que adolece de las angustias de la soledad y de ansia de felicidad. Sois desconocido para vuestros semejantes y estáis muy lejos de su simpatía y de su comprensión.
Hermano mío, yo te he visto sentado sobre tu montaña dorada, regodeándote en tus riquezas, ufano de tus tesoros y seguro en tu fe ciega de que cada puñado de oro qué has amasado constituye un eslabón invisible que une los deseos y pensamientos de los demás hombres con los tuyos.
Te he visto con los ojos de mi mente como a un gran conquistador que acaudillase sus tropas, empeñado en destruir las fortalezas de sus enemigos. Pero, al mirarte de nuevo, no he encontrado más que un corazón solitario anclado en tus arcones, un pájaro sediento encerrado en una jaula dorada, con su vasija de agua vacía.
Te he visto, hermano mío, encaramado al trono de la gloria, mientras tu pueblo te rodeaba aclamando tu majestad, cantando las glorias de tus grandes hazañas, encomiando tu sabiduría y alzando hacia ti sus ojos con la expresión de quien mira a un profeta, exultantes y jubilosos sus espíritus hasta el mismo pabellón de los cielos.
Y cuando paseabas la mirada sobre tus súbditos, observé en tu faz las señales de la felicidad y del poder y del triunfo, como si fueses tú el alma de su cuerpo.
Pero, al volver a mirarte, he aquí que te encontré solo en tu soledad, de pie junto a tu trono, como un desterrado que alarga su mano en todas direcciones, suplicando compasión y piedad a espectros invisibles, mendigando albergue, aunque sólo haya dentro de él un poco de calor y amistad.
Te he visto, hermano mío, enamorado de una hermosa mujer, entregando el corazón ante el altar de su belleza. Cuando sorprendí la mirada de ternura y amor maternal que te lanzaba, me dije: «¡Viva el Amor que ha desterrado la soledad de este hombre y ha unido su corazón con otra!» Pero, cuando levanté nuevamente hacia ti mis ojos, vi dentro de tu amante corazón otro corazón solitario, derramando en vano amargas lágrimas por revelar sus secretos a una mujer; y tras tu alma transida de amor, otra alma solitaria que era como una nube vagarosa, deseaba en vano disolverse en lágrimas que anegasen los ojos de tu amada.
Tu vida, hermano mío, es una morada solitaria separada de las viviendas de los demás hombres. Es una casa en cuyo interior no puede penetrar la mirada del vecino. Si se hundiese en las tinieblas, la lámpara de tu vecino no podría alumbrarla. Si estuviese vacía de provisiones, no podrían llenarla las despensas de tus vecinos.
Si estuviese en un desierto, no podrías pasar a los jardines de los demás hombres, labrados y cuidados por otras manos. Si se levantase en la cumbre de una montaña, no podrías bajarla al valle hollado por los pies de otros hombres.
El espíritu de tu vida, hermano mío, está asediado por la soledad y si no fuese por esa soledad y ese abandono, tú no serías tú, ni yo sería yo. De no ser por esta soledad y este abandono desolado, llegaría a creer, al oír tu voz, que era la mía; y al ver tu rostro, que era yo mismo mirándome en un espejo.


LA HECHICERA - KHALIL GIBRÁN LA VOZ DEL MAESTRO


La mujer que amó mi corazón estaba ayer sentada en esta solitaria habitación, reposando su hermoso cuerpo sobre este diván de terciopelo. Y bebía vino añejo en estas copas de cristal.

Pero es un sueño de ayer; porque la mujer a quien amó mi corazón se ha ido a un lugar lejano... la Tierra del Olvido y del Vacío.

Aún queda sobre mi espejo la huella de sus dedos; y la fragancia de su aliento sigue todavía entre los pliegues de mi ropa; y puede escucharse aún el eco de su dulce voz en esta habitación.

Pero la mujer que amó mi corazón ha ido a un paraje remoto, que se llama Valle del Destierro y de la Amnesia.

Junto a mi lecho cuelga su retrato. He guardado en un cofre de plata, incrustado de esmeraldas y coral, las cartas de amor que me escribiera. Y todas estas cosas quedarán conmigo hasta mañana, cuando el viento las arrebate hacia el olvido, donde sólo reina el silencio mudo.



La mujer que amé es como todas a las que habéis entregado vuestros corazones. Es de una belleza extraña, como modelada por un Dios; dulce como la paloma, astuta como la serpiente, elegantemente arrogante como el pavo real, cruel como el lobo, esbelta como el blanco cisne y terrible como la negra noche. Está plasmada enteramente de un puñado de tierra y de esencias de espuma marina.

He conocido a esta mujer desde que era niño. La he seguido por los campos y me he aferrado al ruedo de su vestido cuando paseaba por las calles de la ciudad. La he conocido desde los días de mi juventud y he contemplado la sombra vaga de su semblante en las páginas de los libros que he leído. He escuchado su voz celestial en el murmullo del arroyo.

A ella abrí los desengaños de mi corazón y los secretos de mi alma.
La mujer a quien ha amado mi corazón se ha ausentado a un lugar frío, desolado y distante... Es la Tierra del Vacío y del Olvido.
La mujer a quien amara mi corazón se llama Vida.

Es de hermosura cautivadora, que arrastra hacia sí los corazones de todos. Toma nuestras vidas en prenda y sepulta en promesas nuestros anhelos.

La Vida es una mujer que se baña en los charcos de lágrimas de sus amantes, y se unge con la sangre de sus víctimas. Los atavíos con que se ciñe son blancos días, franjeados por las tinieblas de la noche. Arrebata el corazón al hombre que la ama, pero no quiere entregarse en matrimonio.

La Vida es una hechicera...
Que nos seduce con su beldad...
Pero el que sabe sus artimañas...
De sus embrujos escapará.

El Amor - Khalil Gibran


Y él alzó su cabeza, miró a la gente
y la quietud descendió sobre todos.
Entonces, con fuerte voz dijo:

Cuando el amor os llame, seguidle.
Aunque su camino sea duro y penoso.
Y entregaos a sus alas que os envuelven.
Aunque la espada escondida entre ellas os hiera.
Y creed en él cuando os hable.
Aunque su voz aplaste vuestros sueños,
como hace el viento del norte,
el viento que arrasa los jardines.
Porque, así como el amor os da gloria,
así os crucifica.
Así como os da abundancia, así os poda.
Así como se remonta a lo más alto
y acaricia vuestras ramas más débiles,
que se estremecen bajo el sol,
así llegará hasta vuestras raíces
y las sacudirá en un abrazo con tierra.
Como a gavillas de trigo
él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudamos.
Os cierne, para libraros de los pliegues
que cubren vuestra figura.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, para que lo dócil y lo flexible
renazca de vuestra dureza.
Y os destina luego a su fuego sagrado,
para que podáis ser sagrado pan
en la sagrada fiesta de Dios.

Todo esto hará el amor en vosotros
para acercaros al conocimiento de vuestro corazón
y convertiros por ese conocimiento
en fragmento del corazón de la Vida.
Pero si vuestro miedo
os hace buscar solamente la paz
y el placer del amor,
entonces sería mejor
que cubrierais vuestra desnudez
y os alejarais de sus umbrales
hacia un mundo sin primavera
donde reiréis,
pero no con toda vuestra risa,
y lloraréis,
pero no con todas vuestras lágrimas.

El amor no da más que de sí mismo
y no torna nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es todo para el amor.
Cuando améis no digáis:
"Dios está en mi corazón",
sino más bien:
"Yo estoy en el corazón de Dios".
Y no penséis en dirigir el curso del amor
porque será él,
si os halla dignos,
quien dirija vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo
que el de realizarse.

Pero si amáis
y no podéis evitar tener deseos,
que vuestros deseos sean estos:
fundirse y ser como el arroyo,
que murmura su melodía en la noche;
saber del dolor del exceso de ternura;
ser herido
por nuestro propio conocimiento del amor;
sangrar voluntaria y alegremente.