domingo, 21 de octubre de 2012

EL QUE ESCUCHA - Kahlil Gibran, La Voz del Maestro



Oh viento, tú que pasas junto a nosotros, unas veces cantando suave y dulcemente, otras sollozando y lamentándote: te oímos, pero no podemos verte. Sentimos tu aliento, pero no podemos vislumbrar tu forma.
Eres como un océano de amor que engolfa nuestros espíritus, pero no los ahoga.
Tú subes con las montañas y bajas con los valles, esparciéndote por las campiñas y praderas. Hay fuerza en tu subida y delicadeza en tu bajada, y gracia en tu dispersión.
Eres como un rey magnánimo, benigno para los oprimidos, pero severo para los arrogantes y los fuertes.
En Otoño gimes a través de los valles y los árboles se hacen eco de tus quejumbres. En Invierno quiebras nuestras cadenas y toda la naturaleza se rebela contigo.
En Primavera te sacudes la modorra invernal, débil todavía y sin fuerzas, y en tu leve rebullir comienzan a despertar los campos.
En Verano te escondes tras el velo del Silencio, como si te hubieras muerto, agobiado por los rayos del Sol y los dardos de la canícula.
¿Te lamentabas por ventura en los últimos días de Otoño, o te reías ante el rubor de los árboles desnudos?
¿Te encolerizabas en Invierno, o era que bailabas en torno a la tumba de la Noche inmensamente cubierta de nieve?
¿Languidecías acaso en Primavera, o expresabas tu duelo por la pérdida de tu amada, la juventud de todas las Estaciones?
¿Estabas por desgracia muerto en los días de invierno, o sólo dormías en el corazón de los frutos, en los ojos de las viñas o en los oídos del trigo que se trillaba en las eras?
Te levantas de las calles de las ciudades, portando los gérmenes de las plagas; y desde los huertos propagas el aliento fragante de las flores. Así la gran Alma conforma la tristeza de la vida y se incorpora en silencio a sus alegrías.
En los oídos de la rosa susurras un secreto cuyo significado ella capta; frecuentemente está entristecida, pero luego se alboroza y regocija. Lo mismo hace Dios con el alma del Hombre.
Ya te detienes morosamente. Ya te apresuras de aquí para allá, moviéndote sin cesar. Lo mismo es la mente del Hombre, que vive cuando está en actividad y muere cuando se deja llevar por la pereza.
Escribes tus canciones sobre la superficie de las aguas; y después las borras. Otro tanto hace el poeta cuando está creando.
Del Sur llegas cálido como el Amor; y del Norte, frío como la Muerte. De Oriente, como el toque del Alma; y del Poniente con la violencia de la ira y de la Furia. ¿Eres tan cambiante como la Edad, o eres el correo de nuevas noticias desde los cuatro puntos de la tierra?
Te encrespas sobre el desierto, aplastas con tu pie a las caravanas inocentes, sepultándolas bajo montañas de arena. ¿Eres por ventura la misma brisa suave y juguetona que tiembla al amanecer entre las hojas y las ramas, y se diluye como un sueño a lo largo de los sinuosos valles, donde las flores se inclinan para saludarte, y los tallos de la hierba se encorvan con los párpados pesados, cuando se intoxican con tu aliento?
Surges de los océanos y sacudes sus profundidades silenciosas con tu cabellera, y devoras en tu cólera las naves y sus tripulaciones. ¿Eres acaso la misma aura sutil que acaricia los bucles de los niños cuando andan jugando por su casa?
¿Adónde transportas nuestros corazones, nuestros suspiros, nuestros alientos, nuestras sonrisas? ¿Qué haces con las llameantes antorchas de nuestras almas?
¿Las llevas más allá del horizonte de la Vida? ¿Las arrastras como víctimas propiciatorias a cavernas distantes y horribles, para destrozarlas?
En la noche tranquila y sosegada, los corazones te revelan sus secretos. Y al llegar la alborada, los ojos se abren a tu gentil caricia. ¿Reparas en lo que ha sentido el corazón o visto los ojos?
Entre tus alas deposita el triste el eco de sus melancólicas canciones, el huérfano los fragmentos de su despedazado corazón, y el oprimido sus gemidos dolorosos.
Entre los pliegues de tu planto pone el peregrino sus anhelos y su nostalgia, el abandonado su amargura, y la mujer caída su desesperación.
¿Guardas todo esto que te entrega el humilde en tu seguro seno? ¿O eres como la Madre Tierra que sepulta cuanto produce?
¿Escuchas estas quejumbres y lamentos? ¿Te haces eco por ventura de estos gemidos y del lloro de estos seres angustiados? ¿O eres como los soberbios y los poderosos, que no ven la mano que se extiende hacia ellos ni escuchan los gritos de los pobres?
¡Oh Vida! ¿De todo lo que escuchas qué oyes?